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"Las cosquillas de la bruja", por Eduardo Riol Hernández

 

Foto de Pedro Dias. Tomado de Pexels.Com

El pequeño de cuatro años trata de dormir a pesar del intenso calor de esa noche de primeros de junio, que anuncia la llegada inminente del verano. Está acostado en la cama de su abuela, por hallarse en la habitación relativamente más fresca de la casa y estar la buena señora pasando unos días en el pueblo. Pero extraña su propia cama y no para de dar vueltas y vueltas aferrado a la sábana -puede más el miedo que el bochorno- hasta que por fin logra adormilarse.

En algún momento de ese sueño agitado el niño despierta con una sensación de angustia: él suele dormir de lado y está notando unas inquietantes cosquillas en la axila más elevada, unas cosquillas recurrentes que se desplazan hacia la tetilla próxima, pero teme moverse y demostrar que está despierto. Tampoco se atreve a abrir los ojos, anticipando el horror de enfrentarse a lo que intuye provoca esas cosquillas, ¡una bruja que le roza la piel con sus largas uñas!...

Una sucesión de gotitas de sudor resbala incesante por el pecho del pequeño, impidiendo que su terrorífica pesadilla cese.

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El miedo es una constante en nuestra existencia. Hay miedos atávicos, miedos irracionales, fobias; hay miedo al miedo, análogo de la ansiedad. El miedo paralizante nos impide actuar y nos roba oportunidades de vivir experiencias enriquecedoras. El miedo cerval nos impulsa a la ciega huida o a la violencia atroz. Por tratar de evitar el dolor y el sufrimiento extremos llegamos a perder el juicio.

Sin embargo, el miedo es necesario en nuestras vidas, un miedo racional y controlado nos hace estar alerta, prever amenazas, esquivar peligros, nos hace ser más prudentes. ¿Por qué no aceptamos entonces que hemos de convivir con el miedo, familiarizarnos con él, y hacerlo nuestro aliado en la medida de lo posible?

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Muchos veranos sofocantes y muchas pesadillas después, ese niño, ya adolescente, descubrió la verdadera naturaleza de la temible bruja. Una de esas noches en las que el sudor le produjo el mismo cosquilleo estando entre el sueño y la vigilia, evocó repentinamente aquella pretérita sensación de terror, pero esta vez un residuo de conciencia le permitió identificar el origen de esas “cosquillas”, produciendo en él una amalgama de sentimientos encontrados: alivio, rabia, satisfacción, vergüenza…

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A ese niño o esa niña cuyos miedos crecen a la par que su conciencia del mundo y su imaginación le podemos ayudar enseñándole a manejar sus miedos con paciencia y comprensión, sin burlas ni humillaciones. Mostrándole el modo de tolerarlo como un acompañante molesto e inevitable al que podemos domesticar.

Equiparar el valor a la ausencia de miedo es un desatino: se es valiente justo cuando logramos afrontar ese miedo omnipresente sin renunciar a hacer lo que creemos que debemos hacer o lo que simplemente deseamos hacer.

Y combatir el miedo con más imaginación y con humor suele ayudar. Antes de saber que la bruja de nuestra historia era una secreción corporal producto del calor, antes por tanto de encontrar una explicación lógica tranquilizadora a un fenómeno que interpretábamos como un acto de magia negra, la mente infantil puede vencer a la bruja aprendiendo a tomar las riendas del sueño y cortándole las uñas o jugando al truco o trato con ella.

 


"¡Salta conmigo!", por Eduardo Riol Hernández

 

Tomado de pexels.com. Foto de Karolina Grabowska

Se puede saltar de alegría por una buena noticia. Se puede saltar jugando, para divertirse o para competir. Se puede saltar bailando al ritmo de tu grupo favorito. Pero también se puede saltar de miedo cuando te dan un susto, o para apartarte de algo que te da asco. Incluso se puede saltar al vacío, huyendo de un fuego pavoroso que te rodea, o por la desesperación de no ver otra salida a un sufrimiento que te resulta insoportable; tal vez por la pérdida de un ser querido o una ruptura sentimental que no se logra superar, por el rechazo de la gente que te importa, por sentir que no vales nada, que vivir así no merece la pena…

Yo solo te pido que antes de dar ese último salto irreversible me des la mano y te vengas a saltar conmigo un rato en esa cama elástica de la niñez donde puedas volver a reír a carcajadas, ajeno a la crueldad, la injusticia y la miseria que aguardan a la vuelta de la esquina, en el patio del colegio o en la soledad de tu cuarto.

Después, ya que estamos, iremos a saltar en la pista de baile de aquella concurrida discoteca o a las fiestas del barrio, sin temor al ridículo, alentados por esa música tan animada que por unos instantes casi te devuelven las ganas de vivir.  Aquí y ahora te duele menos ser invisible para otros o sufrir sus desprecios y humillaciones. Te das cuenta de que en realidad no les necesitas para estar a gusto. Y te preguntas, sin mucha convicción pero con un atisbo de esperanza, si la vida aún te reserva, también a ti, oportunidades de disfrutar.

Al acabar el día, sin embargo, regresan las dudas y los temores, te convences de que durante las horas anteriores has sido víctima de un espejismo. La angustia de otra noche solitaria te asfixia y quieres escapar. Te asomas a la terraza del salón, calibrando si la altura es suficiente para acabar de una vez con todo. De pronto, los reflejos de unos charcos en la calle te hacen guiños y te despistas por un momento de tu cometido: valorar la mortalidad potencial del salto. El caso es que no te queda claro, será mejor subir a la azotea, y te encaminas descalzo a la escalera. Entonces ves en un rincón de la entradita unas botas de agua de colores vivos, son de tu talla. Qué extraño, no recuerdas tener unas así desde el final de la Primaria.

Un impulso te hace cambiar de planes: en un suspiro te encuentras en la calle, saltando de charco en charco y dando gritos de júbilo que despiertan a los vecinos mayores, perplejos al ver un joven en pijama con aspecto de haberle tocado la lotería. Yo no te he podido acompañar aún, porque te espero en el futuro, soy tú pero algo más viejo, atiendo el Teléfono de la Esperanza como voluntario en mis ratos libres, si tú decides que la azotea puede esperar…

 

La Hipnosis como Terapia - II. El poder de la sugestión 3ª y última parte. Por Eduardo Riol Hernández

 


Fotografía tomada de: pexels-tyler-hendy-52062

En los artículos previos nos hemos acercado al magnético mundo de la hipnosis a través de diferentes prismas. Empezamos apuntando algunos datos relevantes, entreverados con un sencillo experimento que a más de uno dejó con la duda de si era “hipno-resistente” o fácilmente sugestionable (al final del presente artículo tendremos una nueva oportunidad de responder a esta pregunta).

Después relatamos una peculiar anécdota que daba cuenta de las consecuencias de “jugar” con la hipnosis para un grupo de universitarios que acabaron poco menos que como extras de una película de terror.

Proseguimos con el análisis de algunas creencias erróneas y mitos sobre la hipnosis, que nos condujo a una reflexión tangencial sobre la mala praxis de algunos “profesionales” carentes de código ético. Al mismo tiempo aclaramos -no obstante- que una persona, por el mero hecho de sumirse en un trance hipnótico, no queda automáticamente indefensa ante cualquier intento de abuso o manipulación.

Nos detuvimos otro momento a comentar qué cosas NO son hipnosis. Y ahora vamos a dar un último giro para describir lo que SÍ es hipnosis y no lo consideramos como tal,  a fin de poder delimitar mejor su naturaleza.

El conductor que circula varias horas por una carretera y un paisaje monótonos entra a menudo en un estado de ensoñación en el que su mente viaja a otro momento y lugar, y por un instante olvida que está al volante y no ve la carretera que tiene ante sus ojos, lo que puede provocar un accidente si no reacciona a tiempo y se espabila con ayuda de la radio o la conversación de un acompañante.

La jugadora de un partido de competición no advierte que se ha hecho una herida abierta en la rodilla hasta que se para el juego, ve la sangre y le empieza a doler.

Un chico está viendo su serie favorita y mientras ríe y llora con los protagonistas de la ficción no oye que están llamando insistentemente al timbre de la calle…

¿Tiene todo esto algo que ver con la hipnosis?

¿Y qué le sucede a esa congregación de monjas que sienten más cercana la presencia de Dios cuando rezan juntas el rosario susurrando de forma sincronizada oraciones que se repiten sin descanso? O al derviche que gira sobre sí mismo hasta la extenuación…

Recordemos una vez más que la alteración de la conciencia y la mayor susceptibilidad a la sugestión definen en buena medida nuestra estado cuando experimentamos el trance hipnótico. Ante estímulos repetitivos se produce un cierto estrechamiento perceptivo, nos concentramos mucho en algo y dejamos de percibir todo lo demás, o lo hacemos de un modo distinto al habitual, de tal forma que cambia nuestra manera ordinaria de reaccionar, o de no hacerlo, ante un estímulo presente o ausente.

Podemos dejar de escuchar un timbre que suena, de ver la carretera por la que circulamos, de sentir el dolor de una herida…Y, en cambio, también somos capaces de experimentar sensaciones o emociones en ausencia de los estímulos o las situaciones que normalmente los provocan. El miedo ante una amenaza inexistente, el dolor de una lesión imaginaria...El denominador común que subyace a tan variadas situaciones es la capacidad del ser humano de sugestionarse, espontánea o accidentalmente, fruto de los parámetros del momento vivido; o inducido deliberadamente por alguien, incluido uno mismo (autohipnosis).

¿Y si aprovecháramos el enorme poder de la sugestión para fines terapéuticos?¿Es posible revertir la naturaleza y el contenido de las sugestiones que nos provocan sufrimiento?¿Sustituirlas por otras que generen alivio y bienestar?

Tras un recorrido en espiral que nos ha aproximado cada vez más a la esencia de la hipnosis, basada en el fenómeno de la sugestión, llegamos al centro neurálgico de esta serie de artículos, sus aplicaciones en el ámbito de la salud.

La hipnoterapia ha demostrado ser útil para lidiar con trastornos de la salud mental, pero también contribuye a mejorar la salud física en sentido amplio.

Aliviar mediante hipnosis el dolor agudo o crónico, incidiendo sobre la parte subjetiva del dolor, permite complementar las terapias médicas y farmacológicas, limitando estas a lo estrictamente necesario, sorteando en parte sus efectos secundarios o adversos. Se puede inducir analgesia o anestesia dependiendo del caso y la persona; modificar el umbral del dolor, cambiar la modalidad sensorial de la experiencia nociceptiva a sensación de tacto / presión…

Superar adicciones a sustancias, dependencias conductuales o hábitos compulsivos es posible gracias a la hipnoterapia combinada con otros tratamientos de psicoterapia y farmacológicos cuando estén indicados.

Afrontar enfermedades graves, enfermedades degenerativas, con tratamientos cruentos o muy limitantes, es más llevadero con hipnoterapia, en conjunción con las terapias preceptivas en cada caso.

Es importante matizar aquí que, en los casos de enfermedades de origen orgánico, la hipnosis no cura sino que ayuda a sobrellevar mejor la dolencia e indirectamente puede favorecer la recuperación, dado que el cuerpo humano es una máquina que pivota en torno a varios ejes que se integran en uno: el eje psiconeuroendocrinoinmunológico. Por eso se producen fenómenos como que los cambios hormonales afecten a nuestro estado de ánimo,  que el estrés o la depresión correlacionen con una disminución de la respuesta inmune de nuestro organismo, es decir que “nos bajen las defensas”, o que seamos víctimas de trastornos psicosomáticos derivados de alteraciones emocionales que se pueden regular con hipnosis y psicoterapia. Del mismo modo, la ansiedad, las fobias, la depresión y otros trastornos de la salud mental se pueden modular con dichas técnicas.

En fin, las aplicaciones son múltiples. Hemos enumerado algunas de las principales, pero nos han quedado muchas en el tintero, desde la mejora de la concentración para el estudio hasta aliviar el malestar asociado a la menopausia (reducir sofocos con sugestiones de hipotermia), pasando por el control de la impulsividad, el fortalecimiento de la autoestima… Si siguiéramos daría para varias páginas más.

Ahora si lo deseas vamos a hacer un ejercicio para comprobar cómo actúan los mecanismos de la sugestión sobre nosotros.

Observa la imagen que ilustra este artículo  (si puede ser reprodúcela en otra pantalla mientras lees esto aquí, una pantalla de tamaño medio como la de una “tablet” al menos; si ha de ser en un móvil, ponlo en horizontal y evita ampliarla demasiado para poder contemplar la imagen completa). 

"Fíjate en alguno de los puntos negros que aparecen en el telón rosado que se divisa al fondo. Mantén la mirada sin parpadear y verás que los contornos se vuelven borrosos; los arcos que envuelven la estancia se desplazan y cambian de tamaño. Entonces te parece oír un rumor de agua en movimiento, ¡sí, se están formando unas ondas concéntricas que alteran la superficie del aljibe! Como olas minúsculas que rebosan e invaden lentamente el espacio en derredor, transportan la luz sinuosa de las ojivas que reflejan y llegan hasta ti transformadas en una brisa tenue que acaricia tu rostro y te susurra un mensaje en el oído…Todo parece cobrar vida..."

Bien. Lo más probable es que de primeras no hayas logrado meterte en situación, vuelve a intentarlo, relee el texto propuesto y mira fijamente de nuevo la imagen, mientras las palabras resuenan en tu cabeza... Así hasta tres veces.

 Este ejercicio se basa en la recreación de una sugestión de animación de los elementos que componen la imagen, partiendo de un efecto óptico y de la fatiga visual. Incorpora además sugestiones de otras modalidades sensoriales: auditivas y de tacto, más complicadas de evocar. Finalmente se sugiere la recepción de un mensaje, un elemento que implica un pensamiento verbalizado, que conlleva un plus de imaginación y creatividad. Por tanto, se trata de un ejercicio complejo que pone a prueba nuestra “sugestibilidad” en un sentido amplio y a diferentes niveles. Si en alguno de los tres intentos hemos llegado a apreciar mínimamente que la imagen cambiaba, que algo parecía moverse y ya está, nos situamos en un nivel promedio. Si además hemos percibido con cierto detalle las ondas, hemos oído el rumor del agua y/o sentido la brisa, ya estaremos en un nivel por encima de la media. Si por último, hemos escuchado un mensaje concreto en nuestro interior, la facilidad para sugestionarse es elevada. En este caso, sería también interesante conocer el tono emocional del mensaje, si era neutro, positivo o negativo: si nos dejaba indiferentes, nos agradaba o animaba, o nos inquietaba o lastimaba de algún modo. Esto daría cuenta del estado emocional que predomina en nosotros en el momento de hacer el ejercicio.

Si no hemos llegado a percibir ningún efecto o cambio en la imagen ni en nosotros al tratar de seguir las instrucciones del ejercicio, una vez más es probable que nos encontremos en el numeroso grupo de las personas “hipno-resistentes”. De cualquier manera, casi todo el mundo se puede beneficiar de la hipnosis, como de la meditación y un extenso abanico de técnicas que contribuyen a desarrollar los recursos y potencialidades de nuestra mente. Bastará con ejercitarse en la técnica que resulte más idónea para cada persona. Cuando la inducción clásica del trance hipnótico se resiste, suele funcionar mejor la técnica de auto-regulación, una variante de la hipnosis que se basa en la instigación de la sugestión a través de un método menos directo pero igual de eficaz, también con fines terapéuticos.

Si, a pesar de su extensión, os ha resultado interesante esta serie de artículos sobre la hipnosis en terapia que hoy concluye, os animo a participar con comentarios y a compartirlo con vuestros contactos en redes sociales.

Os agradezco mucho que me hayáis acompañado hasta aquí y deseo que sigáis con atención los próximos artículos donde abordaremos otras temáticas de interés en relación con la salud mental y el bienestar de las personas y sus familias.

 

 

 

 

 

 

"La Hipnosis como Terapia (II). El poder de la sugestión-2ª Parte", por Eduardo Riol Hernández

Fotografía de Erik Mclean en pexels.com

Después de contaros la anécdota sobre mi accidentada toma de contacto con la hipnosis en mi época de estudiante universitario, retomamos el hilo del primer artículo de la serie. Habíamos quedado en que, esencialmente, la hipnosis consiste en la inducción de un estado alterado o especial de conciencia, distinto del sueño y de la vigilia, que potencia el influjo de la sugestión en las personas. Y en que en el fenómeno hipnótico se produce lo que podemos describir metafóricamente como un "estrechamiento" perceptivo que -añado ahora- algunos expertos consideran que da lugar a justo lo contrario, una mayor “apertura” de la conciencia...

Pero antes de seguir vale la pena detenernos a descartar algunas creencias erróneas acerca de la hipnosis, lo que nos permitirá entender mejor la naturaleza del fenómeno y superar algunos miedos sobre este tema.

Algunos mitos en torno a la hipnosis:

MITO Nº 1. “Despertar” de la hipnosis es peligroso. Se puede “no volver a despertar”.

Se basa en la creencia de que la hipnosis es similar a una fase de sueño profundo, como una suerte de sonambulismo, en la que se transforma la conciencia del entorno que nos rodea, condicionada o filtrada por la persona que hipnotiza.

Es cierto que en un trance moderado o profundo la persona aparenta estar como dormida y reacciona al entorno en función de los parámetros de la inducción hipnótica, según hayamos utilizado sugestiones de un tipo o de otro, que conlleven mayor o menor contacto o desconexión de la realidad circundante. No obstante, al margen de la guía del hipnotista, subsiste un vínculo residual de la persona con su entorno que la protege en última instancia de peligros y amenazas que se puedan presentar. Si en una sala donde se lleva a cabo una demostración de una sesión de hipnosis, se declara un incendio, los asistentes gritan y huyen despavoridos arrastrando consigo al hipnotizador sin reparar en que -en medio del pánico y la confusión- el sujeto hipnotizado se ha quedado atrás, aún con los ojos cerrados, ignorante en los primeros instantes de lo ocurrido, tened por seguro que los mismos alaridos, el estrépito y el calor y el humo incipientes harán que no tarde en reaccionar sin precisar de una señal del hipnotista para salir del trance.

En todo caso, en circunstancias normales la salida del trance hipnótico puede ser gradual o más o menos brusca, pero en ningún caso es “peligrosa” como tal. Cuando, por alguna razón, la persona que te hipnotiza no te saca del trance, hay quien se queda plácidamente dormido durante un ratito como colofón de una relajación profunda y luego despierta (esta vez de verdad, sin comillas) como quien no quiere la cosa; y hay quien experimenta una transición menos agradable, caracterizada por unos minutos de desorientación, pero nada exagerado ni mucho menos irreversible.

MITO Nº 2. Durante el trance hipnótico se pierde por completo el control de la voluntad, que se transfiere a la persona que te hipnotiza. 

En términos absolutos el control de la voluntad no se perdería en ningún momento, del mismo modo que tampoco llegamos a desconectarnos completamente de la realidad exterior. Así y todo, puede pasar que la persona hipnotizada ceda voluntariamente de buena fe ese control y que, a su vez, la que hipnotiza trate de ejercerlo indebidamente. Esto sería del todo inadmisible, especialmente en el ámbito terapéutico, y -por supuesto- objeto de denuncia, la consecuencia más probable si una persona se hubiera sentido manipulada en una sesión de hipnosis, dado que tampoco es real el mito nº 3, apartado en el que ampliamos esta importante reflexión.

MITO Nº 3. Se olvida por completo lo sucedido durante el episodio hipnótico. 

La amnesia inducida en el trance debe estar justificada, estando previamente de acuerdo la persona a hipnotizar sobre los casos en los que procederá usar este recurso. De lo contrario, la persona recordará perfectamente lo ocurrido. 

En hipnoterapia puede tener sentido inducir la amnesia, por ejemplo, cuando emergen recuerdos demasiado dolorosos para afrontarlos en ese momento a nivel consciente. El resto de las veces lo que se suele pretender es lo contrario, que afloren recuerdos que pueden ayudar a entender mejor nuestros problemas y a lograr afrontarlos.

Y tanto en lo relativo a la pérdida de control de nuestros actos como en la cuestión de la amnesia, hay un límite para todo: si la persona es manipulada para hacer el ridículo como parte de un número en una fiesta, terminará haciéndolo si en su fuero interno no le importa seguir la broma para dar espectáculo. En caso contrario, no funcionará, la persona no colaborará. Con más motivo, en el contexto terapeuta/paciente, si una persona sufriera un intento de manipulación para hacer algo que no desea, como tener relaciones sexuales no consentidas, se activará una alerta en su mente, reaccionará en contra y desde luego recordará lo sucedido. 

Me he atrevido a abordar un tema espinoso y desagradable que no he querido eludir por responsabilidad. Vaya por delante que estos son casos extremadamente infrecuentes, pero a veces se producen y hay que denunciarlos, y la persona que se somete a hipnosis debe saber que en situaciones en que se puede ver comprometida su integridad física y/o emocional -antes, durante y después de la hipnosis-, conserva voluntad y memoria.

Para cerrar este asunto, como nota al margen, conviene matizar que, con hipnosis o sin ella, en terapia o fuera del ámbito terapéutico, siempre habrá gente en posición de poder o dominio sobre otras más vulnerables física, económica, material o emocionalmente, que se aprovecharán, explotarán, acosarán, manipularán y/o abusarán las unas de las otras mientras la sociedad no reconozca, apoye y proteja de un modo contundente a las víctimas. No lo olvidemos.

Podríamos seguir desmontando mitos en torno a la hipnosis, como aclarar que la hipnosis no es magia, ni nada milagroso o sobrenatural: es un fenómeno contrastado científicamente, al margen de que aún no se conozca en detalle su naturaleza. Tampoco conocemos a fondo otras muchas funciones del cerebro o la mente humana y no por ello las catalogamos de paranormales. Así que si os cuentan que alguien “ha levitado” en el curso de un trance hipnótico, tened por seguro que, o bien han presenciado un truco de un consumado ilusionista que se hace pasar por hipnotizador (o que compagina ambos roles), o todos los presentes fueron hipnotizados sin saberlo para experimentar una ficticia experiencia de levitación. ¡Porque el poder de la sugestión es ilimitado!, o casi…

Me vais a odiar, pero este que iba a ser el artículo "requetedefinitivo" me está quedando demasiado largo. Por eso os pido un poco más de paciencia, en espera de la -ya sí que sí- última entrega de esta serie de artículos sobre la hipnosis, donde me adentraré por fin en el asunto de las aplicaciones terapéuticas en tan solo unas pocas semanas. 

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"La Hipnosis como Terapia (II). El poder de la sugestión-1º Parte". Por Eduardo Riol Hernández

Imagen tomada de: https://www.reportare.com/genel/iki-asir-sonra-frankensteinin-bilincdisina-bir-kazi/

 Transcurridas varias semanas desde la publicación del artículo anterior: “ La Hipnosis como Terapia (I): Un experimento”, comparto ahora la prometida continuación.

Sin embargo, he decidido dividir el artículo en dos partes, a fin de contaros una anécdota curiosa relacionada con la hipnosis que me ocurrió en mi época de estudiante, hace más de treinta años:

Me había inscrito en un simposio de la universidad sobre sueño e hipnosis que se celebraba en el salón de actos de la facultad de farmacia. Acudí a varias de las ponencias y talleres de diferentes expertos, encontrando la mayoría de gran interés, pero recuerdo en especial -aunque no por gratos motivos- la charla de dos médicos cubanos especialistas en hipnosis. Para empezar, ambos doctores se ufanaban de haber pasado un buen rato en el avión de camino a España dando buena cuenta de una botella de ron que rodó por donde no debía, lo que tuvo como efecto colateral unas manchas que aparecían en no pocas diapositivas de las que traían para su conferencia. Algo de lo que pudo dar fe el público asistente al visionar aquellas imágenes sucias y borrosas que los ponentes nos mostraron sin complejos. Se oyeron algunas risas cómplices, pero muchos nos miramos incrédulos, aquello era francamente muy poco serio. Pero el verdadero espectáculo estaba por llegar.

Pasada una media hora de exposición de dudoso nivel académico, los susodichos doctores creyeron buena idea hacer una demostración de la inducción de catalepsia braquial (rigidez de los brazos) con algunas personas voluntarias de la primera fila del auditorio, animando al mismo tiempo al público asistente, que se contaba por varios centenares, a que lo replicaran desde sus asientos. Lo que podía parecer una simpática ocurrencia acabó de forma dramática, y pudo ser peor… 

Al principio casi todo el mundo estaba concentrado en seguir obedientemente las instrucciones de los hipnotizadores, empezando por extender los brazos al frente, seguidas de una serie de sugestiones acerca de la progresiva rigidez e inmovilidad de nuestros brazos, aún estirados hacia delante. Los voluntarios confirmaban que no podían flexionar ni bajar los brazos, aunque el resto de participantes experimentaba de manera desigual los efectos de la catalepsia. Yo sentía mis brazos poco más que entumecidos (ya me confesé integrante del club de los “hipno-resistentes” en el artículo anterior), pero varias personas a mi alrededor se manifestaban incapaces de flexionarlos. 

Entonces los hipnólogos, investidos de una seguridad y suficiencia que sugería que todo seguía bajo control, se dirigieron de nuevo a los primeros voluntarios anunciando que, tras un leve toque en las articulaciones de los codos que iban a ir propinándoles uno por uno, podrían por fin relajar gradualmente sus brazos y recuperar la movilidad de los mismos. Iban un tanto acelerados con la intención de continuar dando los toques mágicos a diestro y siniestro hasta el final del patio de butacas, cuando se oyó a una chica del grupo inicial gritar entre llantos -“¡No puedo, no puedo!!”-. Antes de que los doctores consiguieran regresar donde la muchacha seguía gimiendo y agitando impotente sus brazos tiesos, varias personas desde diferentes puntos del salón de actos profirieron sendos alaridos de pánico, sacudiendo los brazos que igualmente se negaban a responder. Decenas de jóvenes empezaron a deambular y otros tantos a correr despavoridos, aún con los brazos en alto. La escena resultaba patética. Los bedeles que acudieron al oír el griterío presenciaban atónitos lo que semejaba una turba de “frankensteins” huyendo en todas direcciones. El grupo de personas que, como yo mismo, había conseguido de primeras relajar y mover sus brazos -algo doloridos, eso sí-, contemplábamos paralizados la estampida. Los “expertos” trataban de calmar a varios de los damnificados más asustados, pero sus aspavientos y sus miradas extraviadas daban pistas de que ellos no lo estaban menos… Por mi parte, tomé conciencia de que estaba siendo testigo de un mayúsculo episodio de histeria de colectiva en vivo y en directo. Al final apareció hasta el personal de seguridad del campus, avisado por el decano de la facultad. Para entonces, afortunadamente, las dimensiones del drama se habían reducido bastante; muchas de las víctimas de tan irresponsable experimento habían logrado, por extenuación, bajar los brazos, contracturados por el esfuerzo, y recuperar al menos una parte de la movilidad… 

Todo lo acontecido lo recuerdo con gran nitidez a pesar del transcurso de varias décadas, por la fuerte impresión que me causó. Aunque tal vez haya retocado algún detalle menor en pro de la coherencia del relato.

Esta impactante experiencia no me traumatizó hasta el punto de desterrar la hipnosis de mi foco de interés profesional. Más bien al contrario, me impulsó a investigar más ávidamente sobre el fenómeno de la sugestión hipnótica, sus posibilidades y limitaciones en el campo de la psicoterapia. Me enseñó a tener mucho respeto y prudencia a la hora de utilizarla, empezando por no emplearla jamás bajo ningún concepto en grandes grupos. Solo individualmente o con grupos reducidos y manejables. 

Sobre lo que es y no es hipnosis, los mitos en torno a ella, y sus potenciales aplicaciones terapéuticas, prometo ya adentrarme en la segunda parte de este artículo, que saldrá publicada próximamente.

Si no queréis perdérosla, será buena idea suscribiros al blog mediante vuestros emails. 

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