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Lluvias de barro, por Eduardo Riol Hernández

 




Foto de Ming-Sun. Pexels.com


Una calima persistente enturbia mi ánimo. Ese ambiente cargado y sucio que te estruja la garganta y te oprime el pecho; ese aire viciado que no se deja respirar. Otra vez las mascarillas para salir a la calle (resoplo).

Ha vuelto a caer otra lluvia de barro y el cielo sigue teñido de sangre…

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Un grupo de niños a la salida del cole embadurna sus manos en los charcos de fango dispersos por el parque. Luego estampan sus huellas en el muro recién encalado del cementerio antiguo, remedando a los artífices de las primeras pinturas rupestres.

Otros cuantos adolescentes perfilan corazones con sus dedos -los más románticos- o esbozan genitales -los más gamberros- en los parabrisas terrosos de los coches que han dormido a la intemperie.

Las carcajadas de unos y otros viajan por el aire revuelto desafiando las inclemencias de tiempo.

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No puedo más. Esta atmósfera asfixiante va a acabar conmigo. El pronóstico del tiempo es desalentador. Los expertos apuntan que estos temporales de viento que arrastran polvo sahariano anuncian peores calamidades. Son precursores de las tormentas de arena que azotan y expanden el desierto, que ya está a punto de saltar de continente y terminará cubriéndolo todo. ¡Vamos a morir enterrados bajo las dunas!

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Tras la última lluvia de barro un manto de lodo pulverizado cubre cultivos y bosques cercanos a la ciudad, aportando nutrientes al suelo fértil. Una familia de un barrio de la periferia pasea por una explanada próxima a su vivienda, dando una vuelta con su mascota. Los más pequeños están explorando Marte, recién aterrizada su flamante nave espacial. Al rato se han unido los abuelos, que contemplan el cielo y la tierra ocres rememorando esas postales en tonos sepia que les evocan recuerdos entrañables de su juventud.

El tiempo no invitaba demasiado a salir, pero ahora se alegran de no haber esperado a mañana, que parece que amanecerá despejado.


Foto de Quang-Nguyen-Vinh. Pexels.com