Fotografía tomada de: pexels-tyler-hendy-52062
En los artículos
previos nos hemos acercado al magnético mundo de la hipnosis a través de
diferentes prismas. Empezamos apuntando algunos datos relevantes, entreverados
con un sencillo experimento que a más de uno dejó con la duda de si era “hipno-resistente”
o fácilmente sugestionable (al final del presente artículo tendremos una nueva
oportunidad de responder a esta pregunta).
Después relatamos una
peculiar anécdota que daba cuenta de las consecuencias de “jugar” con la hipnosis
para un grupo de universitarios que acabaron poco menos que como extras de una
película de terror.
Proseguimos con el análisis
de algunas creencias erróneas y mitos sobre la hipnosis, que nos condujo a una
reflexión tangencial sobre la mala praxis de algunos “profesionales” carentes
de código ético. Al mismo tiempo aclaramos -no obstante- que una persona, por
el mero hecho de sumirse en un trance hipnótico, no queda automáticamente
indefensa ante cualquier intento de abuso o manipulación.
Nos detuvimos otro
momento a comentar qué cosas NO son hipnosis. Y ahora vamos a dar un último
giro para describir lo que SÍ es hipnosis y no lo consideramos como tal, a fin de poder delimitar mejor su naturaleza.
El conductor que
circula varias horas por una carretera y un paisaje monótonos entra a menudo en
un estado de ensoñación en el que su mente viaja a otro momento y lugar, y por
un instante olvida que está al volante y no ve la carretera que tiene ante sus
ojos, lo que puede provocar un accidente si no reacciona a tiempo y se espabila
con ayuda de la radio o la conversación de un acompañante.
La jugadora de un
partido de competición no advierte que se ha hecho una herida abierta en la
rodilla hasta que se para el juego, ve la sangre y le empieza a doler.
Un chico está viendo
su serie favorita y mientras ríe y llora con los protagonistas de la ficción no
oye que están llamando insistentemente al timbre de la calle…
¿Tiene todo esto algo
que ver con la hipnosis?
¿Y qué le sucede a
esa congregación de monjas que sienten más cercana la presencia de Dios cuando
rezan juntas el rosario susurrando de forma sincronizada oraciones que se
repiten sin descanso? O al derviche que gira sobre sí mismo hasta la
extenuación…
Recordemos una vez
más que la alteración de la conciencia y la mayor susceptibilidad a la
sugestión definen en buena medida nuestra estado cuando experimentamos el
trance hipnótico. Ante estímulos repetitivos se produce un cierto
estrechamiento perceptivo, nos concentramos mucho en algo y dejamos de percibir
todo lo demás, o lo hacemos de un modo distinto al habitual, de tal forma que
cambia nuestra manera ordinaria de reaccionar, o de no hacerlo, ante un estímulo
presente o ausente.
Podemos dejar de
escuchar un timbre que suena, de ver la carretera por la que circulamos, de
sentir el dolor de una herida…Y, en cambio, también somos capaces de
experimentar sensaciones o emociones en ausencia de los estímulos o las
situaciones que normalmente los provocan. El miedo ante una amenaza
inexistente, el dolor de una lesión imaginaria...El denominador común que subyace a tan variadas situaciones es la capacidad del ser humano de sugestionarse, espontánea o accidentalmente, fruto de los parámetros del momento vivido; o inducido deliberadamente por alguien, incluido uno mismo (autohipnosis).
¿Y si aprovecháramos
el enorme poder de la sugestión para fines terapéuticos?¿Es posible revertir la
naturaleza y el contenido de las sugestiones que nos provocan sufrimiento?¿Sustituirlas
por otras que generen alivio y bienestar?
Tras un recorrido en
espiral que nos ha aproximado cada vez más a la esencia de la hipnosis, basada
en el fenómeno de la sugestión, llegamos al centro neurálgico de esta serie de
artículos, sus aplicaciones en el ámbito de la salud.
La hipnoterapia ha
demostrado ser útil para lidiar con trastornos de la salud mental, pero también
contribuye a mejorar la salud física en sentido amplio.
Aliviar mediante
hipnosis el dolor agudo o crónico, incidiendo sobre la parte subjetiva del
dolor, permite complementar las terapias médicas y farmacológicas, limitando
estas a lo estrictamente necesario, sorteando en parte sus efectos secundarios
o adversos. Se puede inducir analgesia o anestesia dependiendo del caso y la persona;
modificar el umbral del dolor, cambiar la modalidad sensorial de la experiencia
nociceptiva a sensación de tacto / presión…
Superar adicciones a
sustancias, dependencias conductuales o hábitos compulsivos es posible gracias
a la hipnoterapia combinada con otros tratamientos de psicoterapia y farmacológicos
cuando estén indicados.
Afrontar enfermedades
graves, enfermedades degenerativas, con tratamientos cruentos o muy limitantes,
es más llevadero con hipnoterapia, en conjunción con las terapias preceptivas
en cada caso.
Es importante matizar
aquí que, en los casos de enfermedades de origen orgánico, la hipnosis no cura
sino que ayuda a sobrellevar mejor la dolencia e indirectamente puede favorecer
la recuperación, dado que el cuerpo humano es una máquina que pivota en torno a
varios ejes que se integran en uno: el eje psiconeuroendocrinoinmunológico.
Por eso se producen fenómenos como que los cambios hormonales afecten a nuestro
estado de ánimo, que el estrés o la
depresión correlacionen con una disminución de la respuesta inmune de nuestro
organismo, es decir que “nos bajen las defensas”, o que seamos víctimas de
trastornos psicosomáticos derivados de alteraciones emocionales que se pueden regular
con hipnosis y psicoterapia. Del mismo modo, la
ansiedad, las fobias, la depresión y otros trastornos de la salud mental se
pueden modular con dichas técnicas.
En fin, las aplicaciones
son múltiples. Hemos enumerado algunas de las principales, pero nos han quedado muchas en el tintero, desde la mejora de la concentración para el estudio
hasta aliviar el malestar asociado a la menopausia (reducir sofocos con sugestiones
de hipotermia), pasando por el control de la impulsividad, el fortalecimiento
de la autoestima… Si siguiéramos daría para varias páginas más.
Ahora si lo deseas vamos
a hacer un ejercicio para comprobar cómo actúan los mecanismos de la sugestión
sobre nosotros.
Observa la imagen que ilustra este artículo (si puede ser reprodúcela en otra pantalla mientras lees esto aquí, una pantalla de tamaño medio
como la de una “tablet” al menos; si ha de ser en un móvil, ponlo en horizontal y evita ampliarla demasiado para poder contemplar la imagen completa).
"Fíjate en alguno de los puntos
negros que aparecen en el telón rosado que se divisa al fondo. Mantén la mirada
sin parpadear y verás que los contornos se vuelven borrosos; los arcos que envuelven la estancia se desplazan y cambian de tamaño. Entonces te parece oír un
rumor de agua en movimiento, ¡sí, se están formando unas ondas concéntricas que alteran la superficie del aljibe! Como olas minúsculas que rebosan e invaden lentamente el espacio en derredor, transportan la luz sinuosa de las ojivas que reflejan y llegan hasta ti transformadas en una
brisa tenue que acaricia tu rostro y te susurra un mensaje en el oído…Todo parece cobrar vida..."
Bien. Lo más probable es que de primeras no hayas logrado meterte en situación, vuelve a intentarlo, relee el texto propuesto y mira fijamente de nuevo la imagen, mientras las palabras resuenan en tu cabeza... Así hasta tres veces.
Este ejercicio se basa en la recreación de una
sugestión de animación de los elementos que componen la imagen, partiendo de un
efecto óptico y de la fatiga visual. Incorpora además sugestiones de otras
modalidades sensoriales: auditivas y de tacto, más complicadas de evocar. Finalmente
se sugiere la recepción de un mensaje, un elemento que implica un pensamiento
verbalizado, que conlleva un plus de imaginación y creatividad. Por tanto, se
trata de un ejercicio complejo que pone a prueba nuestra “sugestibilidad”
en un sentido amplio y a diferentes niveles. Si en alguno de los tres intentos hemos llegado a apreciar
mínimamente que la imagen cambiaba, que algo parecía moverse y ya está, nos
situamos en un nivel promedio. Si además hemos percibido con cierto detalle las
ondas, hemos oído el rumor del agua y/o sentido la brisa, ya estaremos en un
nivel por encima de la media. Si por último, hemos escuchado un mensaje
concreto en nuestro interior, la facilidad para sugestionarse es elevada. En
este caso, sería también interesante conocer el tono emocional del mensaje, si
era neutro, positivo o negativo: si nos dejaba indiferentes, nos agradaba o
animaba, o nos inquietaba o lastimaba de algún modo. Esto daría cuenta del
estado emocional que predomina en nosotros en el momento de hacer el ejercicio.
Si no hemos llegado a percibir ningún efecto o
cambio en la imagen ni en nosotros al tratar de seguir las instrucciones del
ejercicio, una vez más es probable que nos encontremos en el numeroso grupo de
las personas “hipno-resistentes”. De cualquier manera, casi todo el mundo
se puede beneficiar de la hipnosis, como de la meditación y un extenso abanico
de técnicas que contribuyen a desarrollar los recursos y potencialidades de
nuestra mente. Bastará con ejercitarse en la técnica que resulte más idónea para
cada persona. Cuando la inducción clásica del trance hipnótico se resiste,
suele funcionar mejor la técnica de auto-regulación, una variante de la
hipnosis que se basa en la instigación de la sugestión a través de un método
menos directo pero igual de eficaz, también con fines terapéuticos.
Si, a pesar de su extensión, os ha resultado
interesante esta serie de artículos sobre la hipnosis en terapia que hoy concluye,
os animo a participar con comentarios y a compartirlo con vuestros contactos en
redes sociales.
Os agradezco mucho que me hayáis acompañado hasta
aquí y deseo que sigáis con atención los próximos artículos donde abordaremos otras
temáticas de interés en relación con la salud mental y el bienestar de las
personas y sus familias.