— Se acerca el final...
— ¿El Apocalipsis?
— ¡El final del otoño!
*
* *
— “Winter is coming…” (Se avecina el invierno)
— ¡Qué bien que llega la nieve, podremos jugar con los trineos!
—¡Ay, Dios, muchas personas sin hogar morirán de hipotermia!
— ¡Jon Snow nos salvará, con permiso de la reina dragón!
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* *
No, no os estoy tomando el pelo. Solo que he querido empezar
de un modo diferente -un tanto frívolo, lo reconozco- otro artículo más donde
nuestros miedos acaparan el protagonismo. Me tentaba abordar el asunto con una
pizca de humor friki, con guiño incluido a quienes seguíais como yo la serie
“Juego de Tronos”. Así restamos cierto dramatismo al tema, más después de
ilustrarlo con una imagen tan impactante como la del famoso cuadro “El Grito”,
de mi tocayo Edvard Münch.
El título, la imagen y la introducción de esta nueva entrega despistan
bastante, pero enseguida vamos a ver que están relacionados.
He tomado prestado el término “futurofobia”, un
neologismo que da nombre a un interesante y oportuno libro del periodista y
escritor Héctor García Barnés, para referirme en parte a lo que el autor define
como “sustituir la ilusión por el pesimismo”, solo que poniendo en mi
caso mayor énfasis en el temor a lo que está por venir en
un mundo sin porvenir, valga el juego de palabras.
El cuadro de Münch se presta a muchas interpretaciones. Se dice que quien grita es la
Naturaleza, no el hombre del primer plano, que en realidad se tapa los oídos o
se echa las manos a la cabeza ante un estruendo ensordecedor. Pero, ¿por qué gritan la una, el otro, o ambos? De
alegría no parece. El paisaje sugiere un torrente, un abismo o un torbellino
amenazante con un horizonte en llamas al fondo; el hombre huye angustiado por
esa pasarela por donde desfilan otras siluetas con gesto impasible. El
grito, los gritos, pueden ser de pánico o desesperación, de rabia o de dolor, o
tal vez de todo eso junto.
Y volvemos al miedo al futuro, frente a peligros anunciados
o inciertos. Un futuro que ya está presente porque ya está sucediendo o
porque lo anticipamos. Un futuro que ya sufrimos en sus diversas
manifestaciones, como la llamada “eco-ansiedad”, ante los malos
augurios del cambio climático y la ocurrencia de desastres “naturales” cada vez
más frecuentes y extendidos; o la creciente inquietud derivada del convulso
panorama de polarización, extremismo y violencia en todos los órdenes de la
vida (moral, social, económico y político) a escala internacional.
No es de extrañar, pues, que jóvenes y mayores coincidan a
menudo en el rechazo a enterarse de lo que pasa, que eviten en lo posible saturarse
de malas noticias que nutren la actualidad. Sin olvidar que abunda la
desinformación, los bulos que deforman, exageran o se inventan directamente una
“realidad” alternativa, que nos crispa y amedrenta aún más. Otros por el
contrario se convierten en consumidores compulsivos de noticias o
pseudo-noticias de catástrofes varias. Terminamos pensando que todo está mal y
aún puede empeorar.
Y si descendemos al plano de la vida cotidiana y concreta de
cada cual y ponemos el foco en las jóvenes generaciones que han vivido una
relativa abundancia y de pronto se ven abocadas a una reducción drástica de su poder
adquisitivo, presenciamos el drama de una juventud frustrada, obligada a permanecer indefinidamente en casa de
sus padres o a compartir piso de
alquiler como estudiantes talluditos, sin poder emanciparse aunque trabajen,
dada la precariedad del empleo y la situación cercana a la pobreza de no pocos
asalariados y autónomos, ante el desfase entre los ingresos y el coste de la
vida. ¿A quién le quedan ganas de formar una familia en estas circunstancias?
*
* *
— “¡Me estoy rayaaaandoooo!!!”, piensa una joven graduada en
paro mientras lee.
— Perdona, la he fastidiado. Mi intención era hacer un relato
desenfadado del asunto.
— ¡¿Con el dichoso cuadro ese encabezando el artículo?!
— No te falta razón. Lo peor es que he acabado convirtiéndome
en otro agorero de turno, y podría seguir aventurando desgracias sin
esforzarme demasiado.
—¡Socorroooo! ¿Dónde está Jon Nieve?
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* *
Pero no caigamos en el
error de pensar que esto es nuevo de ahora, en mayor o menor medida ha ocurrido
siempre. La impresión de que la Humanidad va a la deriva y de que mil terribles
amenazas se ciernen sobre el planeta no es una novedad. Recuerdo sin ir más
lejos aquella pintada de mayo del 68 que hoy diríamos se hizo viral: “Dios
ha muerto, Marx ha muerto y yo me estoy poniendo muy malito” (versión libre
de un grafitero gaditano).
Imaginemos cómo se sentirían los polacos buena parte del
siglo XX, invadidos primero por los nazis y luego por los soviéticos, o el conjunto
de Europa en el período pre- post- y entre guerras mundiales. ¿Y los humanos
que sufrieron terribles epidemias, hambrunas, cataclismos y alguna que otra glaciación,
siglos o milenios atrás? ¿Cuántas veces pensarían que aquello era la antesala
del fin del mundo?… La Historia está trufada de momentos críticos para la
Humanidad a los que esta ha sobrevivido. Tal vez nuestro mayor problema es que
podríamos llegar a morir de “éxito”: ¡hemos superado la cifra de ocho mil
millones de habitantes en el planeta!
Sin embargo, los avances de la ciencia y la tecnología, bien
empleados, y el fomento de una conciencia moral enfocada al bien colectivo a
medio y largo plazo, aún pueden librarnos de una virtual desaparición o de
vernos condenados a sobrevivir a duras penas en un escenario distópico. Muchos no tardaremos en
respondernos que el ser humano no escarmienta, persevera en sus errores y cada
vez tiene más capacidad de autodestrucción, que la razón es débil frente a la
ceguera de la avaricia y el egoísmo sin freno. La réplica, sin embargo, llega
también pronto: destacados pensadores señalan que un análisis detenido del
acontecer humano refleja claramente el progreso imparable que ha tenido lugar
en los últimos siglos.
El debate está servido. ¿Ha desaparecido la esclavitud, por
ejemplo? Según se mire, hay reductos de diferentes formas de esclavitud
diseminados por el orbe, la trata de personas, la explotación
laboral…Pero hoy día son mayormente fenómenos residuales y perseguidos. No son
hechos generalizados, no los permite la ley ni los aprueba la moral como siglos
atrás. Ciertamente a toda reflexión de esta índole se le pueden contraponer
matices y excepciones. La diferencia es que en la actualidad los hechos más
abominables son eso, excepciones, antes eran la norma.
Ese pobre hombre del cuadro de Münch teme más la indiferencia
de sus semejantes, que pasean ajenos al drama que les rodea, que a la amenaza
que se fragua a su alrededor.
El impulso de una educación moral inspirada en una ética
universal que trascienda ideologías y religiones particulares es un propósito
muy ambicioso, algunos pensarán que utópico, pero no debemos renunciar a él.
* * *
EPÍLOGO
A lo lejos se oye redoblar los tambores, se intuye el ruido
de sables entrechocando… El fogonazo de un dragón cabreado ha dejado calvo y
chamuscado al pobre hombrecillo que se desgañita tratando de escapar del cuadro de
Münch.
Mientras, un cansino y trasnochado escritor de blogs adormece
a sus lectores con un soporífero discurso…
¡Un momento, algo ha
cambiado! Jon Snow y la Khaleessi han dejado de batirse en un duelo absurdo y
letal y se dirigen cogiditos de la mano a la Escuela de Líderes Por la Paz
Mundial, fundada por un tal Mahatma Gandhi.
¡Qué alivio, una vez más salvados por la campana!!!
* * *
Definitivamente, al autor de estas líneas se le va un poco la pinza de cuando en cuando...
¡Amén!