Autor Diego F. Parra (Fuente: pexels.com) |
Se acumulan los meses de incertidumbre,
el término que más se repite últimamente, y no por casualidad. La pandemia
apenas ha
dado tregua y nos enfrenta a un doble
escenario, aparentemente paradójico. Por
un lado, hay mucha gente asustada: personas
mayores que temen por sus vidas; personas más jóvenes que ven peligrar sus
trabajos, el sustento de sus familias; el personal sanitario,
más preocupado ante la perspectiva de una
inminente avalancha de ingresos hospitalarios. Por otro lado, vemos por la
calle y en las noticias algunos individuos y grupos de personas insensatas que
desprecian los esfuerzos más o menos atinados de las autoridades y la
población en general por mantener bajo control al virus sin rematar la
economía. Y en semanas recientes se ha desatado una polémica -entre otras- sobre
la oportunidad del inicio del curso escolar en estos momentos,
cuestionándose la adopción precipitada o tardía de
numerosas decisiones de los políticos del
ramo en
un contexto de flagrante improvisación...
Amanecemos un día más con la frustración de sentirnos meros espectadores que asisten perplejos a una interminable sucesión de despropósitos en medio de una crisis sin precedentes. Es como si nuestra existencia se hubiera convertido en un remedo de aquella película de Harold Ramis, "Groundhog Day" (1993), más conocida en España como "Atrapados en el tiempo" (o “El día de la marmota”), en la que Bill Murray sufre una pesadilla cada mañana cuando se despierta y descubre que el mismo día se repite una y otra vez, y que -haga lo que haga- al final siempre se ve metido en los mismos o peores atolladeros, malográndose todo intento de enmendar sus errores.
Más extraño e
inquietante es un filme de M. Night Shyamalan cuyo tinte apocalíptico podría haberse inspirado perfectamente en los tiempos que vivimos, en los que -todavía más que las terribles amenazas del calentamiento
global, las pandemias y otras catástrofes- preocupa la
torpe o nula reacción a las mismas de una especie presuntamente
inteligente como la nuestra. "The Happening" (2008), aquí titulado "El
incidente",
es el relato de la huida desesperada de un profesor de
ciencias de Nueva York -encarnado por Mark Whalberg- y su mujer, tras
producirse un fenómeno inexplicable que conduce a la gente a matarse de todas
las formas imaginables. Los protagonistas se hallan atrapados en un mundo que ha
enloquecido. Verdaderamente esta ficción cuasi-distópica recuerda demasiado al mundo
real, sin duda abocado a la desaparición si quienes lo
habitamos no revertimos esta vocación suicida que parece haberse adueñado de
nuestras voluntades.
Tanto en la imaginación del realizador de origen indio como en la realidad actual queda
patente que el planeta se rebela y se defiende de las
agresiones constantes de la Humanidad, que ponen en peligro la
supervivencia de todos.
Sabemos, a priori, que el miedo desempeña un papel determinante en la supervivencia de la especie; en especial cuando éste es oportuno, proporcionado y racional, porque se manifiesta como una reacción emocional adecuada a amenazas reales, próximas en el espacio y el tiempo, acompañada de una respuesta adaptativa de prudencia y protección en forma de evitación del peligro -prevención- o huida del mismo. Sin embargo, cuando el miedo se apodera de todo y se descontrola, deja de ser funcional y se convierte en patológico. Existe una lista interminable de fobias, que se va actualizando según lo hacen nuestras costumbres y el mundo que nos rodea, igual que ocurre con las adicciones. Podemos llegar a tener miedo de todo lo imaginable, incluso desarrollar un miedo al miedo que subyace a los ataques de pánico, por ejemplo. En muchas ocasiones está justificado sentirlo: la existencia está plagada de riesgos que corremos por el mero hecho de estar vivos. Es natural preocuparse por la infinidad de factores que pueden comprometer nuestra salud y nuestro bienestar, pero empieza a ser un problema grave cuando vivimos con el susto en el cuerpo constantemente, por una cosa o por otra, ¡o por todas a la vez! Eso implica vivir una angustia permanente que llega a ser insoportable para cualquiera. Y la probabilidad de que se produzca esta situación aumenta en épocas donde el peligro percibido se generaliza, como en las pandemias.
El miedo, la inseguridad y la desconfianza desmedida, aparte de hacernos sufrir más de la cuenta, nos limita y empobrece, e incluso nos vuelve agresivos.
El miedo alimentado por la ignorancia y el prejuicio sobre lo que percibimos como diferente nos lleva a cometer injusticias, a discriminar a personas que no lo merecen.
El miedo a lo
desconocido nos conduce a desperdiciar ocasiones de avanzar en la vida, por
negarnos sistemáticamente a asumir riesgos, ni siquiera aquellos que se podrían
considerar justificados y controlados.
El miedo al cambio desemboca
en el estancamiento, en la parálisis.
Buena parte de nuestros problemas actuales, pasados y futuros, como individuos y como sociedad, se originan y se agravan por el dominio que el miedo ejerce sobre nuestras acciones (e inacciones): Por el temor a protestar y a reclamar lo que por derecho nos corresponde, a exigir más a nuestros representantes, vaya que nos represalien y acabemos peor que estábamos. Por el temor a conocer y convivir con otras personas, por si nos decepcionan y nos hacen daño. Y el temor a negociar para resolver conflictos, por si nos terminan engañando o interpretando nuestra buena voluntad como una debilidad. El temor a probar, experimentar, ensayar nuevas fórmulas, explorar nuevos caminos para salir de un bache, de una crisis, por si nos equivocamos y empeora nuestra situación. ¿Cuántas ocasiones de ser más felices desperdiciamos por culpa del miedo?
Gracias Eduardo. Tus palabras me ayudan a plantearme mis miedos y valorarlos en una medida más objetiva.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Patricia!
EliminarVaya, creí que el artículo era todo sobre cine, me iba animando.
ResponderEliminarEn fin, es verdad que en los primeros meses, día a día nos pareceríamos a Bill Murray, incluso ese pánico o miedo que pudiéramos tener, sobre todo cuando solo tocábamos la calle para bajar la basura, no se veía a nadie por la calle, solo se oía el aíre , parecía como si nos hubiesen bombardeado, sólo me hubiera faltado ver gente saqueando los comercios .
Es cierto que hubo miedo, pero dicho miedo automáticamente se controla y aprendes a vivir con él, basta pensar un poco que llevamos tiempo viviendo con otros “bichos” vigentes en la actualidad y que mueren todos los años muchas personas, como la gripe, o la tuberculosis, o los que somos un poco más antiguos, con la polio que nos vacunaban en el cole sin saber porque nos hacían eso, u otras enfermedades, nuestros padres no reflejaban miedo en sus caras por esas cuestiones. Aprendieron a vivir con todas esas enfermedades, no tenían más remedio, deberíamos aprender de ellos.
Nuestra preocupación debería desviarse a la acción y gestión de nuestros políticos, porque a lo único que podemos aspirar es a que estos nos den un poco de sosiego y de tranquilidad sintiendo que estamos protegidos.
Es ahí donde debemos hacer hincapié en que no queremos políticos que solo aspiran al poder sin importarles las consecuencias.
El miedo se aprende a controlarlo, así llevamos muchos años, lo incontrolable son las ansias de querer gobernar y querer eliminar lo que ellos consideran imprescindible, esa y no otra debe ser nuestra lucha para así intentar acabar como John Wayne en “ Centauros del desierto “, al final, cuando saliendo por la puerta , podamos decir “ vamos a intentar vivir más o menos bien y seamos felices “
Felicidades por tu artículo, espero que lo lea mucha gente
Se agradece, Pedro. Interesante perspectiva.
ResponderEliminarNo siempre es fácil superar el miedo a tantas cosas que nos hacen sentir vulnerables. Una suerte poder compartir reflexiones que ayudan. Gracias Eduardo.
ResponderEliminarTienes razón, Elia, cuesta afrontar tanta amenaza percibida. Gracias a ti por tu aportación.
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