Imagen tomada del Blog de la Unidad de Enfermedad Inflamatoria Intestinal del Hospital La Fe de Valencia |
En muchos hogares hay personas contagiadas con el COVID-19 que
apenas se han percatado de ello, y otras -en cambio- a quienes la infección
está afectando con severidad.
En todo caso, estas personas han de sufrir un aislamiento más férreo que el
mero confinamiento al que está sometido el resto de la población. Con el
agravante de sentirse abandonadas, incluso ignoradas, si los síntomas no llegan a ser valorados, aparentemente, como acreedores
de una intervención urgente.
El contacto con el personal médico se limita a una magra conversación
telefónica y, si no te estás asfixiando, la receta que te prescriben se reduce
a "calma, paciencia y paracetamol".
Mucha gente está atemorizada ante la incógnita de cómo
evolucionará su enfermedad, pues inevitablemente les llegan noticias de pacientes
que han empeorado de una forma tan brusca y
fulminante que han tenido un desenlace fatal.
Se encuentran muy solas en el seno de la propia familia, con un escaso o nulo
contacto humano obligado por las estrictas medidas contra el contagio, eso si
tienen la suerte de vivir con parientes.
Padecer dolor e incertidumbre prácticamente en soledad supone
pasar por una prueba muy dura.
En otros casos más extremos, las personas enfermas son ingresadas en un
hospital sin poder ver a sus seres queridos de cerca, quién sabe por cuánto
tiempo; o están recluidas en residencias de mayores que ahora se parecen más
que nunca a morideros...
En esas y otras circunstancias similares, la experiencia del confinamiento
se convierte en un verdadero drama. Sin embargo, es
posible paliar tanto sufrimiento en cierta medida, si seguimos -entre
otros- estos consejos:
- Prestemos más atención a las buenas noticias y a los mensajes de aliento y consuelo. Como, por ejemplo, que las UCIs se van descongestionando; que aumenta la progresión de personas curadas; que la sociedad en general y los profesionales sanitarios en particular están entregados a la tarea de aliviar el sufrimiento y de salvar vidas, y se va ganando cada vez más terreno a la pandemia.
- Confiemos, de veras, en que el desenlace de esta historia va a ser
finalmente, el más deseado, y por fortuna, el más probable: que la gran mayoría
de nosotras/os y nuestras personas allegadas también superaremos la enfermedad.
- Apoyémonos
en la solidaridad y la empatía de quienes nos rodean, presencial o
virtualmente, para cargarnos de energía, recuperar el ánimo y, en los casos
en los que hayamos perdido a alguien cercano, para afrontar el duelo del
modo más llevadero posible (a este tema dedicaré una entrada más adelante).
Sin embargo, la cosa se complica si
resulta que eres un/a profesional asistencial de los servicios socio-sanitarios:
te ves sacudido de pronto como si te hubieran empujado a un cacharro de feria
en marcha y sin protección, zarandeado en cada curva, en cada pendiente de un
trayecto que se hace interminable, contra el habitáculo donde has aterrizado de
cualquier manera; mareado por un carrusel de emociones y sentimientos
encontrados, agitado por la gran responsabilidad, la preocupación, el miedo, y
el agotamiento que sufre la Humanidad en estos momentos, pero elevado a la enésima
potencia... Esta situación merece un capítulo aparte del cuaderno
de bitácora de la pandemia, que subiré al blog del Psicólogo de Familia en
próximos días.
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