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"Tormentas de verano", por Eduardo Riol Hernández

Fotografía de Reychel Sanner (fuente: pexels.com)


 Se podría decir que las vacaciones “las carga el diablo”. Y es que nos las prometemos muy felices haciendo planes para disfrutar de un merecido descanso y de la compañía de nuestros seres queridos, y luego a menudo nuestras expectativas se frustran y entramos en crisis que no pocas veces conducen a una ruptura, o algo peor.

Las crisis pueden ser pasajeras como una tormenta estival, pero suelen dejar daños irreparables después, un árbol quemado por la caída de un rayo, o hasta un bosque calcinado por la propagación del incendio. Otras veces la tierra mojada tras el temporal refresca el ambiente, como las reconciliaciones que, al menos de momento, ponen fin a los conflictos.

Una pareja con hijos, que se queja de la falta de tiempo para compartir todos juntos, se da cuenta de que no está preparada para esa convivencia intensiva sin tirarse de los pelos. El fuerte calor tampoco ayuda, nos vuelve más irritables y apáticos. Dormimos peor, le damos más vueltas a las cosas; muchos factores -en suma- que propician roces más frecuentes y exacerbados.

En ocasiones se llega a la violencia verbal, física y psicológica que se traduce en maltrato e incluso en crímenes, en los casos más extremos. Las reyertas en general, y la violencia de género en particular, aumentan sensiblemente durante el verano. Los prejuicios sexistas que aún emponzoñan las relaciones, la falta de inteligencia emocional en situaciones de convivencia más exigentes -o simplemente- diferentes, y la guinda del estrés térmico que nos agota y nos saca de quicio, son una mala combinación.

Las crisis con peor pronóstico son aquellas que se acumulan a otras más antiguas, aparcadas pero no resueltas. El malestar y la insatisfacción latente y cronificada se añaden al conflicto estacional que puede detonar esa carga explosiva con el temporizador reactivado. Si el contexto en el que nos encontramos se parece más a este último, lo más probable es que colapsemos antes o después. Debemos prepararnos, por tanto, para tratar de salvar los muebles permitiendo una explosión controlada, que reduzca la onda expansiva.

Aunque tal vez exista una última oportunidad de reconducir la crisis y superarla buscando consejo profesional. Si fuera ya demasiado tarde, lo suyo sería prestarse a una negociación civilizada que contribuya a un contexto post-ruptura lo más pacífico y amistoso posible, especialmente si se tienen hijos en común. Aspirar a regular los términos de la separación de mutuo acuerdo debería ser nuestra prioridad. Esto se favorece participando voluntariamente en un proceso de mediación familiar cuando la pareja por sí sola no se ve capaz de lograrlo.

Afortunadamente, existen abundantes casos en que las crisis son puntuales y se superan con un desenlace más feliz, aprendiendo a vencer los conflictos afrontándolos (no eludiéndolos al precio de seguir juntos pero amargados y resignados), y negociando soluciones que favorezcan una mejora real y duradera de la relación.

En todo caso, es mejor prevenir el deterioro de la convivencia -sea o no puntual- en estos períodos de mayor presencia y contacto. A tal fin puede ser de utilidad seguir algunos consejos:

-          Planificar las vacaciones entre todos, sin imposiciones unilaterales por parte de nadie y teniendo en cuenta las circunstancias (disponibilidad de tiempo y presupuesto, entre otros condicionantes).

-          Moderar las expectativas de disfrute vacacional para no frustrarse si no se cumplen. A este respecto es importante no culpar a otros de los imprevistos que den al traste con parte de nuestros planes, ni pagarla con los demás. Ser flexible y adaptarse a cómo vienen las cosas cuando no dependen de nuestra voluntad es, aquí como en tantas otras situaciones, de una importancia vital.

-          Adoptar una actitud de colaboración durante los preparativos, la estancia y el regreso. Si estamos de vacaciones, lo estamos todos, hay que compartir las tareas para que nadie se quede sin disfrutar y descansar.

-          Evitar en lo posible exponernos a los rigores del calor; mantener una hidratación adecuada y ajustar la actividad a la humedad y la temperatura ambiente nos salvarán de algún susto de salud y del distrés emocional.

-          Compartir experiencias gratificantes, a veces más para unos que para otros (en esos casos habrá que encontrar un equilibrio que satisfaga a la mayoría), tan sencillas pero efectivas como participar en actividades lúdicas y recreativas al aire libre, explorar sitios con encanto, a veces simplemente por ser diferentes a los habituales, no necesariamente por su espectacularidad. Y si no podemos viajar este año porque la economía no lo permite, siempre podemos disfrutar de pequeños placeres similares a los que he mencionado, pero más cerca de casa. Alguna escapada o excursión; dormir más, leer, escuchar música, pasear, meditar...

Al final, disponer de más tiempo libre durante unos días es ya un lujo que no tiene precio, aprovechémoslo sabiendo valorar el privilegio que supone poder compartirlo con la familia y los amigos. Porque, como es bien sabido, después de la tempestad llega la calma, siempre que no seamos nosotros quienes persigamos el mal tiempo.