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La ola invisible de la pandemia, por Eduardo Riol Hernández (bio en blog)

Imagen extraída de:
 https://www.diariomedico.com/medicina/medicina-preventiva/las-cuatro-oleadas-de-la-pandemia.html

 Hace ya varios meses que la OMS advirtió sobre los efectos devastadores que la pandemia de la COVID-19 estaba produciendo en la salud mental de colectivos profesionales como el sanitario y del conjunto de la sociedad. Con especial repercusión en víctimas menos evidentes, como es el caso de niños/as y adolescentes (a priori se esperaba mayor prevalencia en los mayores, pero seguramente por sus trayectorias vitales -marcadas por momentos más duros- estaban más preparados para resistir, dentro de lo que cabe).

Lo venían avisando también numerosas asociaciones y entidades profesionales del ámbito de la salud; y particularmente, del sector de la psicología. Esta semana lo ha recordado un político -Íñigo Errejón- en la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados: La cuarta ola de la pandemia afectará aún más de lleno a la salud mental, y es urgente dotar los servicios públicos de salud de muchos más profesionales de la Psicología, tanto en Atención Primaria como en la Hospitalaria, incorporándolos también en equipos de Prevención y Salud Comunitaria.

Debemos entender esto como una prioridad, no un asunto secundario: recordemos que una de las primeras causas de mortalidad en niños y jóvenes es el suicidio. Hay que centrarse, por tanto, en esta población que -de una forma menos visible- está acusando los efectos del aislamiento y las limitaciones a su desarrollo socioafectivo que conllevan las restricciones impuestas por la situación; que se contagian de los nervios y la tristeza de sus familias derivados de los problemas económicos y de salud que les tocan de cerca. 

La necesidad de jugar, de socializarse en un ambiente más abierto y amplio que el de su familia en el hogar, además -claro está- del derecho a una educación integral, plena y efectiva, justifican que se mantengan los centros escolares en funcionamiento, siempre que sea posible observar las debidas medidas preventivas. En ambos contextos, educativo y familiar, será clave potenciar, entre otras, capacidades como la resiliencia y valores como el altruismo desde las primeras etapas de la infancia. Esto solo será factible con la guía de personas expertas si se dispone de los recursos humanos que antes he apuntado.

Es cierto que hasta ahora el apoyo familiar espontáneo y la asistencia presencial a clase, cuando se han dado, han amortiguado en parte las secuelas emocionales de la pandemia; pero si no se refuerzan la atención y los recursos para poder minimizarlas, no podremos impedir que nuestras hijas e hijos de hoy se conviertan en adultos traumatizados mañana.




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